Realmente piensas que eres un animal? Hoy esto se aprende en el colegio. Es una fracción de información maravillosa: la he disfrutado toda la vida y vuelvo a ella una y otra vez, como algo que investigar y comprobar. Crecí en una granja pequeña con vacas y gallinas y un bosque secundario lindando con la valla trasera, por lo que tuve la suerte de ver al animal y al ser humano en el mismo dominio. Sin embargo, muchos de lo que han escuchado esta información desde la infancia no han absorbido sus implicaciones. Quizás se sienten distantes del mundo no humano, y no están seguros de ser animales. Les gustaría sentir que tal vez sean algo mejor que un animal. Es comprensible, ya que también otros animales pueden sentir que son algo más que “solo animales”. Pero debemos observar el territorio compartido de nuestro ser biológico antes de hacer hincapié en las diferencias.

 

Nuestros cuerpos son salvajes: el rápido giro involuntario de la cabeza ante un grito, el vértigo al mirar sobre un precipicio, el corazón en la garganta en un instante de peligro, la recuperación del aliento, los silenciosos momentos reponiéndose, observando, reflexionando… Todas son respuestas universales del cuerpo mamífero, y están presentes en el conjunto de nuestra clase biológica. El cuerpo no requiere la intercesión de un intelecto consciente para hacerlo respirar o mantener el latido del corazón. Es en gran medida autónomo y tiene vida propia. La sensaciones y la percepción no provienen exactamente del exterior, y el insistente flujo de pensamientos e imágenes no se encuentra completamente en el interior. El mundo es nuestra conciencia y nos rodea. Hay más cosas en la mente, en la imaginación, de las que “tú” puedas llevar cuenta: pensamientos, recuerdos, imágenes, enojos y gozos surgen espontáneamente. Las profundidades de la mente, el inconsciente, son nuestras áreas salvajes interiores, y es ahí donde ahora hay un lince. No me refiero a linces personales en psiques particulares, sino al lince que deambula de sueño en sueño. El ego consciente y planificador ocupa un territorio muy restringido, un pequeño habitáculo cerca de la verja de acceso que lleva la cuenta de parte de lo que entra y sale -a veces intentando conspiraciones expansionistas-, pero el resto se ocupa de sí mismo. El cuerpo se encuentra, por así decirlo, en la mente. Ambos son salvajes.

 

Algunos dirán: “Hasta aquí, de acuerdo, somos mamíferos primates, pero tenemos lenguaje, y los animales no”. Quizás tengan razón en función de ciertas definiciones, pero también los animales se comunican profusamente, y a través de sistemas de llamadas que solo comenzamos a entender ahora.

 

Sería un error pensar que los seres humanos se volvieron “más listos” en algún momento e inventaron primero el lenguaje y luego la sociedad. El lenguaje y la cultura brotan de nuestra existencia biológica, social y natural, como animales que fuimos y somos. El lenguaje es un sistema de la mente y el cuerpo que coevolucionó con nuestras necesidades y nervios. Como lo hacen la imaginación y el organismo, el lenguaje surge de manera espontánea y tiene una complejidad que elude nuestra capacidad racional e intelectual. Todos los intentos de descripción científica de los lenguajes naturales se han quedado cortos, como confiesan sin ambages los lingüistas descriptivos, y, sin embargo, el niño aprende su lengua materna muy temprano y a los seis años de edad prácticamente la domina. La lengua se aprende en casa y en el campo, no en el colegio. Sin haber estudiado nunca gramática formal, pronunciamos frases sintácticamente correctas, una tras otra, todas las horas de vigilia de los años de nuestra vida. Sin mediación consciente, recurrimos sin cesar al vasto tesoro de vocablos en las profundidades del inconsciente salvaje. Ni como individuos ni como especie podemos reclamar mérito alguno por este poder. Vino de otro sitio; de la forma en que se dividen y agrupan las nubes (y de las espirales de energía que se enroscan primero hacia atrás y después hacia delante), de la manera en que los muchos brotes de una inflorescencia se dividen y redividen, de la caligrafía centelleante de los antiguos lechos del río Yukón bajo los actuales que fluyen desde la meseta del Yukón, del viento en las agujas de los pinos, de los cantos del urogallo entre los arbustos de ceanoto.

 

La enseñanza del idioma en las escuelas pretende acotar una pequeña parte del territorio del proceder del lenguaje y cultivar algunos atributos predilectos: modalidades elitistas culturalmente definidas que ayudan a postularse para un trabajo o a facilitar la aceptación social en una fiesta; hasta es posible aprender a producir ese artefacto bizantino denominado “ensayo académico”. Hay muchas excelentes razones para dominar tales cosas, pero el poder, la virtus, sigue estando del lado salvaje.