El cáncer es una poderosísima experiencia de transformación, y como tal, pide que te transformes.

Pero esto, transformarnos, no es algo que nos guste hacer…. algo que querramos hacer…. así, sin más. Una vez que nos sentimos seguros dentro de la identidad que creamos, seguros con la forma de ser que somos, difícilmente la cambiemos. Aunque no nos haga felices, aunque nos enferme, la mantenemos. Podemos maquillarla, retocarla, pero cambiarla de raíz, al punto de hablar de transformación, es muy difícil.

Según lo que he observado en todos estos años, esto es así porque detrás de nuestra identidad -y agrego una palabra: psicológica- están enterrados nuestros dolores más profundos. Casi como si nuestra identidad fuese en realidad un muro que nos ayuda a separarnos, a no tomar contacto, con esos dolores primordiales. Pero que no tomemos contacto no significa que no estén ahí. Están, y desde donde están (subconciente), dirigen (y limitan) nuestras vidas, nos enferman. Para que dejen de dirigirla (y de enfermarnos) solo tenemos que correr el velo y que se evapore la carga de esas memorias de dolor. En el caso del cáncer, estas experiencias de dolor han sido intensas. Al menos esto es lo que he encontrado en los 27 años en los que llevo acompañando a personas transitando un cáncer.

«El cáncer es un síntoma de una enfermedad que desconocemos»

Dr. Miguel Maturana

Estos dolores emocionales, estas heridas que dieron origen a nuestra identidad defensa son, ocurrieron, y como tal no, están ni bien ni mal. Tocó que formaran parte de nuestro recorrido vital. Pero así como no están ni bien ni mal, tienen un tiempo para estar enterradas dentro nuestro. Un tiempo en el que no generan mayor problema, más que perdernos porciones de vida, porciones de felicidad, porciones de bienestar. Pero cuando ese tiempo pasa, si seguimos mirando para otro lado, como si esos dolores no existieran, se ponen en marcha mecanismos cada vez más perentorios, cada vez más difíciles de ser ignorados. La enfermedad es uno de esos mecanismos. Nos dice en forma muy clara que hay algo que no está funcionando en nosotros. En la Unidad que somos, en la preciosa Unidad que somos.

Durante algunos años realicé actividades (grupos de compartir, jornadas, talleres) exclusivas para personas con cáncer. Fue muy bueno hacerlo así. Pero ahora siento y pienso distinto, y considero que atravesar un cáncer, si bien es un hecho de alta intensidad con características distintivas y singulares, es una posibilidad que todos tenemos, y en este sentido, un hecho de vida. Por eso, ahora elijo que una persona transitando un cáncer forme parte de un grupo de personas que viven, cada una, distintos tipos de circunstancias. El único criterio para diferenciar los grupos es la edad, porque esta define el momento vital y de conciencia, que cada uno está atravesando.
Entonces, si te interesa la propuesta y tenes menos de 50 años, completa el formulario de la práctica de lo salvaje; si sos +50, completa el de +60.

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